Fortaleza de Collique, en el valle del río Chillón (foto Servicio de Aerofotográfico Nacional, 1945)
FORTALEZA DE CAMPOY
Centro Urbano de Maranga (foto Servicio Aerofotográfico Nacional, 1944)
Huaycán de Pariachi.
Huaycán de Cieneguilla.
Motivos decorativos en bajo relieve en los muros de Huaycán, valle de Lurín
IV.2 Los Señoríos y Curacazgos Limeños
Con la caída del Imperio Wari alrededor de 1,200 d.c., finalizó el Horizonte Medio y se dio inicio al periodo Intermedio Tardío o de los Reinos y Confederaciones Regionales que se desarrolló hasta la expansión imperial de los Incas, aproximadamente, en 1,440 d.c.
La desaparición de los Wari y la formación de las nuevas culturas y entes políticos regionales se realizó dentro de un estado de cosas parecido al que existió cuando se produjo la destrucción de Chavín. Los pueblos oprimidos por el despotismo imperial luchaban por su liberación y más tarde por la afirmación de su propia personalidad y la consecución de un territorio donde poder desarrollarse. Etnias expulsadas de sus regiones originarias por grupos más poderosos o por situaciones de depresión económica o catástrofes naturales, invadían belicosamente las provincias del antiguo imperio buscando un lugar donde afincarse. Ideologías, hábitos y formas de vida foráneas se enfrentaban a las locales, produciéndose en la confrontación rechazos y amalgamas que producían la aparición de nuevas expresiones culturales.
El resultado de todo ello fue la existencia de una época turbulenta, de gran inquietud social e inestabilidad política y cultural, que fue sosegándose conforme se fueron afirmando los grupos sociales que, más tarde, constituyeron los estados regionales que caracterizan al periodo.
Así, poco después de finiquitado el imperio Wari, nuevas etnias y naciones se entronizaron en las distintas regiones de los Andes Centrales, manifestándose a través de formas de expresión originales. Estas nuevas culturas fueron: Chimú, en la Costa Norte; Chancay y Rímac en la Costa Central; Ica-Chincha en la Costa Sur; Huanca y Chanca en la sierra Central; Quilque en la Sierra Sur y Collas y Lupacas en la región altiplánica y costa extremo sur.
En la Comarca de Lima, al finalizar el apogeo Wari, al parecer se produjo la invasión de pueblos Aymaras, invasión que contribuyó a la desarticulación del dominio imperial de la región y, poco después, a su desaparición, Espinoza Soriano (1981) sostiene, al tratar sobre el reino de los Quillaca Asanaque, que los Aymaras después de destruir el Imperio Puquina, o sea los constructores de Tiawanacu, se esparcieron por todo el altiplano y sur de lo andes centrales fundando "una serie de reinos aymaras hablantes, independientes y rivales, aunque todos estrechamente ligados por lazos culturales comunes ". Posiblemente en esa época llegaron a la Costa Central algunos grupos aymaras y aprovechándose del debilitamiento de los Wari se establecieron en ella.
El padre Villar Córdoba (1935) afirma que fueron tres las etnias que llegaron hasta la Comarca de Lima:
a) Los Collas, que desde las serranías canteñas bajaron por la quebrada de Arahuay y se esparcieron por la banda izquierda del Chillón, ocupándola desde Yangas hasta el Callao; b) los Huallas, que descendieron desde el alto Chancay hasta la costa, fundando poblaciones tales como Kara Huallas, Maranca, Huadca Hualla, Sulco y Marca Huillca; y c) los Huanchos, quienes iniciaron su expansión hacia la costa desde las alturas de Huarochirí y a través de los cauces de los ríos Santa Eulalia y Rímac, llegaron hasta la parte media de este último valle, estableciéndose en Huachipa, Huacho Huallas, Carapongo, Huampaní, Caxamarquilla, Pariachi, Lati y Hurin Huancho.
Parece que las migraciones de los Aymaras duraron varios siglos, adquiriendo por su magnitud las características de una verdadera diáspora. Se supone que los cambios climáticos, que se sucedieron entre los siglos XI y XII, afectaron gravemente la agricultura de secano que se practicaba en la sierra y el altiplano, así como a su ganadería, determinando una seria depresión económica y difíciles condiciones de vida. Debido a ello, los Aymaras continuaron emigrando durante muchos años y ocuparon extensas áreas de la Sierra Central y otras regiones andinas. Tenemos así que desde fines del Horizonte Wari hay una fuerte ocupación de la cordillera occidental por grupos Aymaras y un poco más tarde encontramos a Yauyos, Cantas y Atavillos sólidamente establecidos en las serranías vecinas a Lima, Los Yauyos en las sierras de Cañete, Yauyos y Huarochirí; los Canta en las alturas de esa provincia y zonas vecinas y los Atavillos en las zonas serranas de Huaral, Chancay y Cajatambo.
La interacción entre los grupos costeños y serranos fue sumamente activa pues sus economías eran complementarias y por tal motivo mantenían fuertes relaciones comerciales y, posiblemente, convenios que les permitían el uso de los pisos ecológicos que les fueran necesarios. No obstante ello, frecuentemente entraban en conflicto, muchas veces cruento, por causa del control de las aguas de riego. También entre las etnias serranas se daban casos bélicos provocados, especialmente, por el deseo de poseer tierras aptas para el cultivo de coca.
Esta situación de permanente intranquilidad y riesgo social perduró hasta que los Incas impusieron su férreo dominio en la región, determinó que los pueblos comarcanos adoptaran una organización político-social propia para el caso y que, asimismo, sus patrones de asentamiento urbano y diseño arquitectónico tomaran formas relacionadas con la defensa. Por eso, en la jerarquizada sociedad costeña las distintas etnias y grupos sociales se organizaban en curacazgos y se integraban en grandes señoríos cuyos Hatun Curaca tenían la obligación de defenderlos, así como el derecho de recibir de ellos tributos y ayuda militar en caso de guerra. Por ello, también, los lugares y ciudades se amurallaban; los templos, centros administrativos y palacios estaban fortificados y la mayor parte de los caminos eran epi-murales.
Según Maria Rostworoswski de Diez Canseco (1978), historiadora que se ha especializado en asuntos relativos a la sociedad costeña prehispánica, la organización política que existía en la Comarca de Lima y zonas aledañas durante tiempos pre-Incas, fue la siguiente: al norte existía el Señorío de Huaura, cuyo curaca gobernaba también los valles de Barranca y Chancay; al sur el Señorío de Chuquimanco, que comprendía los valles de Mala, Omas, Chilca y Cañete, el antiguo Huarco; al nor-este el Señorío de los Atavillos, que se extendía desde las sierras de Cajatambo hasta las de Canta, inclusive; al sur-este el Señorío de las siete Guarangas de Huarochirí, que ocupaba las serranías de Cañete hasta Canta; y en la Comarca de Lima gobernaban los Señoríos de Ichma y Colli, abarcando el primero el valle de Lurín y la parte baja del de Lima y el segundo la cuenca del río Chillón, desde Quivi hasta el mar.
Hay autores que afirman que en la época existió el Señorío de Cuismanco (Del Busto 1978 b), cuyos dominios comprendían los valles de Chancay, Chillón, Rímac y Lurín y cuyo poder era tan grande que mantenía en jaque a los Atavillos, Yauyos y Huarcos y trataba en términos paritarios con el Reino de Chimor. No esta probado que dicho señorío haya existido, pero en todo caso su posible existencia no hubiera alterado mayormente la organización política que ha sido debidamente comprobada para los valles de la Comarca.
El Señorío de Colli estaba gobernado por el Colli Cápac y tenia su sede en una población llamada hoy Pueblo Viejo, situado cerca de la fortaleza de Collique. Los dominios del señorío, como ya se ha indicado, ocupaban toda la parte baja y media del valle del Chillón, extendiéndose desde el mar hasta Chuquicoto, lugar situado más arriba de Quivi y limítrofe con el territorio de los Canta.
Los Colli era un pueblo belicoso que sostenía frecuentes guerras con sus vecinos por asuntos de aguas y de tierras, llegando en una oportunidad a invadir parte del valle de Lima. Con los Canta estaban en perpetuo conflicto por las aguas del Chillón, que eran vitales para su economía y que los canteños tenían como propias y por tanto pretendían disponer de ellas a su libre albedrío. Tiempo atrás, antes de la expansión serrana, los Colli habían señoreado las alturas y las nacientes del río por lo que se creían con derecho ancestral a sus aguas y les eran inaceptables las imposiciones de los Canta. Por dichas razones el conflicto entre ellos era permanente, no obstante lo cual Collis y Cantas comerciaban ingentemente y realizaban tareas en común para obras de interés mutuo, como por ejemplo trabajo de tipo hidráulico.
El Señorío abarcaba varios pequeños entes políticos y grupos étnicos, como los curacazgos de Quivi, Chuquitanta, Guarauni, Macas y Sapan, pertenecientes estos tres últimos a la etnia de Guancayo. Las poblaciones de los Colli fueron numerosas, destacándose en la parte alta los de: Macas, Zapan, Chacas, Huanchipuquio y Punchauca. En la parte baja del valle el Señorío abarcaba los actuales distritos de Carabayllo, Puente Piedra, Ventanilla, Callao, Comas e Independencia y tenia muchos centros poblados, tales como Carabayllo, Zapallar, Collique (donde se encontraba el centro ceremonial, la fortaleza y la sede del curacazgo), Comas, Pro, Con Con, Chuquitanta y Oquendo.
La parte baja del valle del Rímac, perteneciente al Señorío de Ichma, estaba organizada en varios pequeños curacazgos cuyos territorios, según Maria Rostworowski (1978), se ubicaban de acuerdo al sistema de canalizaciones existente, siguiendo el curso del canal o acequia encomendado a su cuidado. Los curacazgos fueron los de: Sulco, Guatca, Lima, Maranca y Callao.
El curacazgo de Sulco se extendía a lo largo de la canalización del Rímac que se inicia cerca de Ate o Vitarte y da lugar al llamado río Surco, comprendiendo casi toda la extensión de los actuales distritos de El Agustino, San Luis, Surco, Surquillo, Miraflores, Barranco y Chorrillos. Las poblaciones más importantes del curacazgo deben haber sido Campoy, Vasquez, La Calera y Marca Wilca o Armatambo.
El curacazgo de Guatca seguía el curso de la acequia que lleva el nombre de río Huatica y que se origina en la toma situada en el estrechamiento del cauce del Rímac que se produce entre las antiguas haciendas Zárate y Vicentello. Sus territorios ocuparon parcialmente los actuales distritos de Lurigancho, El Agustino, Lima, La Victoria, Jesús María, Lince, San Isidro, Surquillo y Miraflores y sus pueblos debieron estar ubicados en las adyacencias de los restos arqueológicos que se encuentran en El Agustino, Balconcillo, Guatca, Limatambo, Mango Marca, Huringancho, Santa Cruz y en los alrededores de la Huaca Juliana o Pucllana.
El curacazgo de Lima extendía sus tierras en torno del cauce de la acequia llamada posteriormente de la Magdalena, la que se originaba en una toma ubicada detrás del actual Palacio de Gobierno. Los límites territoriales del cacicazgo llegaban por el suroeste hasta el mar y es posible que por el noroeste, es decir por la banda derecha del río, abarcaran lo que hoy son los distritos de Lurigancho y el Rímac, así coma la pampa de Amancaes. Por tanto, el Curacazgo tomaba parte de los actuales distritos de Lurigancho, Rímac, San Martín de Porres, Lima, Breña, Pueblo Libre, Magdalena del Mar y San Miguel. Su sede de gobierno era el pueblo de Lima, ubicado en el sitio que hoy ocupa la Plaza de Armas y alrededores, y tenía otros asentamientos (Rostworowski 1978) junto a la huaca ubicada cerca de la iglesia de Santa Ana, en Chuntay, junto a la iglesia de San Sebastián, en lo que hoy es Pueblo Libre y en las inmediaciones de la Huaca Huantilla.
El curacazgo de Maranca o Maranga era irrigado por dos importantes ramales del río de la Magdalena, el que a la altura del Molino de Montserrat se divide en tres grandes acequias; la primera de ellas, a la que ya nos hemos referido, regaba los dominios del curaca de Lima y los otros dos, que se dirigían al suroeste, los territorios de los Chayavilca, señores de Maranga. El curacazgo tenía tierras en los actuales distritos de Lima, Breña, La Legua, Bellavista, Callao, San Miguel y Pueblo Libre. Es posible que su jurisdicción se haya extendido por la margen derecha del río Rímac, a través del actual distrito de San Martín de Porres. María Rostworowski cree probable, como era frecuente en la organización dual andina, que el curacazgo de Maranga haya tenido su mitad superior ubicada a lo largo del Rímac, constituyendo el llamado curacazgo de Guala, cuyos terrenos eran regados por la acequia de La Legua, el ramal más cercano al Rímac del río de la Magdalena. Los pueblos más importantes de los Maranga deben haber estado situados en Mateo Salado, Pando, Maranga, la sede principal, Tres Palos y Huantina Marca. En la banda derecha del Rímac las poblaciones deben haber sido, entre otras, Palao y San Roque.
El curacazgo del Callao ocupaba el litoral de ambas márgenes del río, o sea los distritos actuales de Callao, Bellavista y La Perla. Dada que la ocupación de los pobladores del curacazgo era exclusivamente la pesca, sus principales asentamientos tienen que haber estado necesariamente sobre la costa, conociéndose acerca de dos de ellos. Piti Piti Viejo, ubicado en el actual Chuquito, fue probablemente la sede de gobierno pues en sus inmediaciones había una huaca que debió ser el adoratorio del Centro Religioso del Curacazgo. El otro pueblo se llamó Piti Piti Nuevo y estuvo situado cerca de la desembocadura del río Rímac, siendo sus pobladores pescadores de agua dulce. Es posible, asimismo, que haya existido otra población en el distrito de Bellavista, sobre la avenida Venezuela y a corta distancia del Ovalo Saloom, pues en dicho sitio se encontraba hasta hace unas décadas una importante huaca.
La otra parte del Señorío de Ichma está constituida por el valle de Lurín y comarcas aledañas, extendiéndose su jurisdicción hasta territorios altos situados en zonas chaupiyungas. Hay quienes afirman que los dominios de Ichma comprendían también el valle de Mala, pero tal hecho no está probado y hubiera significado una intromisión en tierras del Señorío de Chuquimanco, lo que es poco probable. Lo que sí parece cierto por razones de tipo geográfico, es que las quebradas de Río Seco, Cruz de Hueso y Chilca estuvieron bajo la férula del Señorío de Ichma.
La sede del curacazgo y del poder religioso de Ichma fue la ciudad de ese nombre, más tarde llamada Pachacámac, que debió tener una numerosa población asentada en los alrededores del recinto amurallado del Centro Religioso. Otros pueblos de importancia en el valle de Lurín, que a juzgar por los restos arqueológicos debió ser densamente poblado, se situaban en ambas márgenes del río y son conocidos por los nombres de Maracuyá, Pampa de Flores, Jacinto Grande, Mal Paso, Molle, Manchay Alto, Huaycán, Chontay y Avillay.
La población del Señorío de Ichma debió ser muy grande; sólo en el valle bajo del Rímac debieron existir más de 150,000 personas, puesto que los Incas organizaron la Comarca en tres Hunos y es bien sabido que cada una de estas circunscripciones político-administrativas contaba con 10,000 Hatun Runas o Jefes de Familia. Los valles de Lurín y el Chillón también debieron contar con numerosos habitantes, a juzgar por los abundantes restos de asentamientos humanos y cementerios que se encuentran en ellos.
La cultura de la Comarca siguió, expresando, en parte, los patrones de vida impuestos por los Wari durante tantos años, aún cuando acusó las influencias producidas por los vecinos Chancay y Chincha-Ica y naturalmente por los pueblos que la habían invadido, tales como los Colla Hualla y Huancho. Obviamente, por razones geográficas, la influencia Chancay fue más notoria en el valle del Chillón y la Chincha-Ica en la cuenca del río Lurín.
Louis Stumer (1954b) plantea que la cultura local característica de la Comarca es la que él, apoyándose en Villar Córdoba (1935), llama Huancho, Maria Rostworowski (1978) prefiere llamar Yauyo y Lumbreras (1969), tratando de cubrir toda la complejidad de su poco estudiado desarrollo y la presencia en ella de las influencias Chancay e Ica-Chincha, sugiere que se denomine Rímac.
Stumer (1954b: 231-232) sostiene que en esta cultura se dan permanentemente ciertos elementos diagnósticos que permiten identificarla y que son:
1) Arquitectura de tapia masiva, sin uso de bloques o interrupciones planeados y el uso de la piedra sin cortar y sin trabajar para edificaciones subsidiarias;
2) Tumbas circulares, generalmente no revestidas y uso de cámaras circulares individuales en el caso de entierros múltiples;
3) Tejidos decorados, en la forma de pesados cinturones de lana de excelente calidad y artesanía, con motivos simples, sofisticados y bien ejecutados; mantas y camisas tejidas, en tela pesada de algodón;
4) Cuerpos de adultos con las manos envueltas con hilos de lana de varios colores y no envueltos en tejidos como en las Necrópolis de Ancón (Reiss y Stubel 1887), tatuaje en los dedos antes que en la mano o en el brazo;
5) Las espadas para tejer en hueso de venado o de llama, muy pulidas, bien hechas y cortas se encuentran en cantidad en los envoltorios de las momias y se hacen más conspicuas por la ausencia completa de las usuales espadas para tejer en madera;
6) Topos para sostener las mantas, en cobre, inmensos y pesados o bien madera;
7) Cerámica de pasta marrón rojizo, gruesa, pesada, asociada con la de los sitios serranos del valle del Rímac. Esta cerámica a menudo exhibe una decoración pintada; la variedad ha sido lograda por la experimentación con las formas, principalmente con las de los cuellos y golletes. Cuando aparece la decoración pintada es muy cruda, consiste en simples rayas blancas generalmente aplicadas en forma burda. Las ofrendas de cerámica en las tumbas casi siempre consisten en vasijas utilitarias, usadas, mal horneadas, en las que predominan una olla de boca ancha.
Centro Urbano de Maranga (foto Servicio Aerofotográfico Nacional, 1944)
Huaycán de Pariachi.
Huaycán de Cieneguilla.
Motivos decorativos en bajo relieve en los muros de Huaycán, valle de Lurín
IV.2 Los Señoríos y Curacazgos Limeños
Con la caída del Imperio Wari alrededor de 1,200 d.c., finalizó el Horizonte Medio y se dio inicio al periodo Intermedio Tardío o de los Reinos y Confederaciones Regionales que se desarrolló hasta la expansión imperial de los Incas, aproximadamente, en 1,440 d.c.
La desaparición de los Wari y la formación de las nuevas culturas y entes políticos regionales se realizó dentro de un estado de cosas parecido al que existió cuando se produjo la destrucción de Chavín. Los pueblos oprimidos por el despotismo imperial luchaban por su liberación y más tarde por la afirmación de su propia personalidad y la consecución de un territorio donde poder desarrollarse. Etnias expulsadas de sus regiones originarias por grupos más poderosos o por situaciones de depresión económica o catástrofes naturales, invadían belicosamente las provincias del antiguo imperio buscando un lugar donde afincarse. Ideologías, hábitos y formas de vida foráneas se enfrentaban a las locales, produciéndose en la confrontación rechazos y amalgamas que producían la aparición de nuevas expresiones culturales.
El resultado de todo ello fue la existencia de una época turbulenta, de gran inquietud social e inestabilidad política y cultural, que fue sosegándose conforme se fueron afirmando los grupos sociales que, más tarde, constituyeron los estados regionales que caracterizan al periodo.
Así, poco después de finiquitado el imperio Wari, nuevas etnias y naciones se entronizaron en las distintas regiones de los Andes Centrales, manifestándose a través de formas de expresión originales. Estas nuevas culturas fueron: Chimú, en la Costa Norte; Chancay y Rímac en la Costa Central; Ica-Chincha en la Costa Sur; Huanca y Chanca en la sierra Central; Quilque en la Sierra Sur y Collas y Lupacas en la región altiplánica y costa extremo sur.
En la Comarca de Lima, al finalizar el apogeo Wari, al parecer se produjo la invasión de pueblos Aymaras, invasión que contribuyó a la desarticulación del dominio imperial de la región y, poco después, a su desaparición, Espinoza Soriano (1981) sostiene, al tratar sobre el reino de los Quillaca Asanaque, que los Aymaras después de destruir el Imperio Puquina, o sea los constructores de Tiawanacu, se esparcieron por todo el altiplano y sur de lo andes centrales fundando "una serie de reinos aymaras hablantes, independientes y rivales, aunque todos estrechamente ligados por lazos culturales comunes ". Posiblemente en esa época llegaron a la Costa Central algunos grupos aymaras y aprovechándose del debilitamiento de los Wari se establecieron en ella.
El padre Villar Córdoba (1935) afirma que fueron tres las etnias que llegaron hasta la Comarca de Lima:
a) Los Collas, que desde las serranías canteñas bajaron por la quebrada de Arahuay y se esparcieron por la banda izquierda del Chillón, ocupándola desde Yangas hasta el Callao; b) los Huallas, que descendieron desde el alto Chancay hasta la costa, fundando poblaciones tales como Kara Huallas, Maranca, Huadca Hualla, Sulco y Marca Huillca; y c) los Huanchos, quienes iniciaron su expansión hacia la costa desde las alturas de Huarochirí y a través de los cauces de los ríos Santa Eulalia y Rímac, llegaron hasta la parte media de este último valle, estableciéndose en Huachipa, Huacho Huallas, Carapongo, Huampaní, Caxamarquilla, Pariachi, Lati y Hurin Huancho.
Parece que las migraciones de los Aymaras duraron varios siglos, adquiriendo por su magnitud las características de una verdadera diáspora. Se supone que los cambios climáticos, que se sucedieron entre los siglos XI y XII, afectaron gravemente la agricultura de secano que se practicaba en la sierra y el altiplano, así como a su ganadería, determinando una seria depresión económica y difíciles condiciones de vida. Debido a ello, los Aymaras continuaron emigrando durante muchos años y ocuparon extensas áreas de la Sierra Central y otras regiones andinas. Tenemos así que desde fines del Horizonte Wari hay una fuerte ocupación de la cordillera occidental por grupos Aymaras y un poco más tarde encontramos a Yauyos, Cantas y Atavillos sólidamente establecidos en las serranías vecinas a Lima, Los Yauyos en las sierras de Cañete, Yauyos y Huarochirí; los Canta en las alturas de esa provincia y zonas vecinas y los Atavillos en las zonas serranas de Huaral, Chancay y Cajatambo.
La interacción entre los grupos costeños y serranos fue sumamente activa pues sus economías eran complementarias y por tal motivo mantenían fuertes relaciones comerciales y, posiblemente, convenios que les permitían el uso de los pisos ecológicos que les fueran necesarios. No obstante ello, frecuentemente entraban en conflicto, muchas veces cruento, por causa del control de las aguas de riego. También entre las etnias serranas se daban casos bélicos provocados, especialmente, por el deseo de poseer tierras aptas para el cultivo de coca.
Esta situación de permanente intranquilidad y riesgo social perduró hasta que los Incas impusieron su férreo dominio en la región, determinó que los pueblos comarcanos adoptaran una organización político-social propia para el caso y que, asimismo, sus patrones de asentamiento urbano y diseño arquitectónico tomaran formas relacionadas con la defensa. Por eso, en la jerarquizada sociedad costeña las distintas etnias y grupos sociales se organizaban en curacazgos y se integraban en grandes señoríos cuyos Hatun Curaca tenían la obligación de defenderlos, así como el derecho de recibir de ellos tributos y ayuda militar en caso de guerra. Por ello, también, los lugares y ciudades se amurallaban; los templos, centros administrativos y palacios estaban fortificados y la mayor parte de los caminos eran epi-murales.
Según Maria Rostworoswski de Diez Canseco (1978), historiadora que se ha especializado en asuntos relativos a la sociedad costeña prehispánica, la organización política que existía en la Comarca de Lima y zonas aledañas durante tiempos pre-Incas, fue la siguiente: al norte existía el Señorío de Huaura, cuyo curaca gobernaba también los valles de Barranca y Chancay; al sur el Señorío de Chuquimanco, que comprendía los valles de Mala, Omas, Chilca y Cañete, el antiguo Huarco; al nor-este el Señorío de los Atavillos, que se extendía desde las sierras de Cajatambo hasta las de Canta, inclusive; al sur-este el Señorío de las siete Guarangas de Huarochirí, que ocupaba las serranías de Cañete hasta Canta; y en la Comarca de Lima gobernaban los Señoríos de Ichma y Colli, abarcando el primero el valle de Lurín y la parte baja del de Lima y el segundo la cuenca del río Chillón, desde Quivi hasta el mar.
Hay autores que afirman que en la época existió el Señorío de Cuismanco (Del Busto 1978 b), cuyos dominios comprendían los valles de Chancay, Chillón, Rímac y Lurín y cuyo poder era tan grande que mantenía en jaque a los Atavillos, Yauyos y Huarcos y trataba en términos paritarios con el Reino de Chimor. No esta probado que dicho señorío haya existido, pero en todo caso su posible existencia no hubiera alterado mayormente la organización política que ha sido debidamente comprobada para los valles de la Comarca.
El Señorío de Colli estaba gobernado por el Colli Cápac y tenia su sede en una población llamada hoy Pueblo Viejo, situado cerca de la fortaleza de Collique. Los dominios del señorío, como ya se ha indicado, ocupaban toda la parte baja y media del valle del Chillón, extendiéndose desde el mar hasta Chuquicoto, lugar situado más arriba de Quivi y limítrofe con el territorio de los Canta.
Los Colli era un pueblo belicoso que sostenía frecuentes guerras con sus vecinos por asuntos de aguas y de tierras, llegando en una oportunidad a invadir parte del valle de Lima. Con los Canta estaban en perpetuo conflicto por las aguas del Chillón, que eran vitales para su economía y que los canteños tenían como propias y por tanto pretendían disponer de ellas a su libre albedrío. Tiempo atrás, antes de la expansión serrana, los Colli habían señoreado las alturas y las nacientes del río por lo que se creían con derecho ancestral a sus aguas y les eran inaceptables las imposiciones de los Canta. Por dichas razones el conflicto entre ellos era permanente, no obstante lo cual Collis y Cantas comerciaban ingentemente y realizaban tareas en común para obras de interés mutuo, como por ejemplo trabajo de tipo hidráulico.
El Señorío abarcaba varios pequeños entes políticos y grupos étnicos, como los curacazgos de Quivi, Chuquitanta, Guarauni, Macas y Sapan, pertenecientes estos tres últimos a la etnia de Guancayo. Las poblaciones de los Colli fueron numerosas, destacándose en la parte alta los de: Macas, Zapan, Chacas, Huanchipuquio y Punchauca. En la parte baja del valle el Señorío abarcaba los actuales distritos de Carabayllo, Puente Piedra, Ventanilla, Callao, Comas e Independencia y tenia muchos centros poblados, tales como Carabayllo, Zapallar, Collique (donde se encontraba el centro ceremonial, la fortaleza y la sede del curacazgo), Comas, Pro, Con Con, Chuquitanta y Oquendo.
La parte baja del valle del Rímac, perteneciente al Señorío de Ichma, estaba organizada en varios pequeños curacazgos cuyos territorios, según Maria Rostworowski (1978), se ubicaban de acuerdo al sistema de canalizaciones existente, siguiendo el curso del canal o acequia encomendado a su cuidado. Los curacazgos fueron los de: Sulco, Guatca, Lima, Maranca y Callao.
El curacazgo de Sulco se extendía a lo largo de la canalización del Rímac que se inicia cerca de Ate o Vitarte y da lugar al llamado río Surco, comprendiendo casi toda la extensión de los actuales distritos de El Agustino, San Luis, Surco, Surquillo, Miraflores, Barranco y Chorrillos. Las poblaciones más importantes del curacazgo deben haber sido Campoy, Vasquez, La Calera y Marca Wilca o Armatambo.
El curacazgo de Guatca seguía el curso de la acequia que lleva el nombre de río Huatica y que se origina en la toma situada en el estrechamiento del cauce del Rímac que se produce entre las antiguas haciendas Zárate y Vicentello. Sus territorios ocuparon parcialmente los actuales distritos de Lurigancho, El Agustino, Lima, La Victoria, Jesús María, Lince, San Isidro, Surquillo y Miraflores y sus pueblos debieron estar ubicados en las adyacencias de los restos arqueológicos que se encuentran en El Agustino, Balconcillo, Guatca, Limatambo, Mango Marca, Huringancho, Santa Cruz y en los alrededores de la Huaca Juliana o Pucllana.
El curacazgo de Lima extendía sus tierras en torno del cauce de la acequia llamada posteriormente de la Magdalena, la que se originaba en una toma ubicada detrás del actual Palacio de Gobierno. Los límites territoriales del cacicazgo llegaban por el suroeste hasta el mar y es posible que por el noroeste, es decir por la banda derecha del río, abarcaran lo que hoy son los distritos de Lurigancho y el Rímac, así coma la pampa de Amancaes. Por tanto, el Curacazgo tomaba parte de los actuales distritos de Lurigancho, Rímac, San Martín de Porres, Lima, Breña, Pueblo Libre, Magdalena del Mar y San Miguel. Su sede de gobierno era el pueblo de Lima, ubicado en el sitio que hoy ocupa la Plaza de Armas y alrededores, y tenía otros asentamientos (Rostworowski 1978) junto a la huaca ubicada cerca de la iglesia de Santa Ana, en Chuntay, junto a la iglesia de San Sebastián, en lo que hoy es Pueblo Libre y en las inmediaciones de la Huaca Huantilla.
El curacazgo de Maranca o Maranga era irrigado por dos importantes ramales del río de la Magdalena, el que a la altura del Molino de Montserrat se divide en tres grandes acequias; la primera de ellas, a la que ya nos hemos referido, regaba los dominios del curaca de Lima y los otros dos, que se dirigían al suroeste, los territorios de los Chayavilca, señores de Maranga. El curacazgo tenía tierras en los actuales distritos de Lima, Breña, La Legua, Bellavista, Callao, San Miguel y Pueblo Libre. Es posible que su jurisdicción se haya extendido por la margen derecha del río Rímac, a través del actual distrito de San Martín de Porres. María Rostworowski cree probable, como era frecuente en la organización dual andina, que el curacazgo de Maranga haya tenido su mitad superior ubicada a lo largo del Rímac, constituyendo el llamado curacazgo de Guala, cuyos terrenos eran regados por la acequia de La Legua, el ramal más cercano al Rímac del río de la Magdalena. Los pueblos más importantes de los Maranga deben haber estado situados en Mateo Salado, Pando, Maranga, la sede principal, Tres Palos y Huantina Marca. En la banda derecha del Rímac las poblaciones deben haber sido, entre otras, Palao y San Roque.
El curacazgo del Callao ocupaba el litoral de ambas márgenes del río, o sea los distritos actuales de Callao, Bellavista y La Perla. Dada que la ocupación de los pobladores del curacazgo era exclusivamente la pesca, sus principales asentamientos tienen que haber estado necesariamente sobre la costa, conociéndose acerca de dos de ellos. Piti Piti Viejo, ubicado en el actual Chuquito, fue probablemente la sede de gobierno pues en sus inmediaciones había una huaca que debió ser el adoratorio del Centro Religioso del Curacazgo. El otro pueblo se llamó Piti Piti Nuevo y estuvo situado cerca de la desembocadura del río Rímac, siendo sus pobladores pescadores de agua dulce. Es posible, asimismo, que haya existido otra población en el distrito de Bellavista, sobre la avenida Venezuela y a corta distancia del Ovalo Saloom, pues en dicho sitio se encontraba hasta hace unas décadas una importante huaca.
La otra parte del Señorío de Ichma está constituida por el valle de Lurín y comarcas aledañas, extendiéndose su jurisdicción hasta territorios altos situados en zonas chaupiyungas. Hay quienes afirman que los dominios de Ichma comprendían también el valle de Mala, pero tal hecho no está probado y hubiera significado una intromisión en tierras del Señorío de Chuquimanco, lo que es poco probable. Lo que sí parece cierto por razones de tipo geográfico, es que las quebradas de Río Seco, Cruz de Hueso y Chilca estuvieron bajo la férula del Señorío de Ichma.
La sede del curacazgo y del poder religioso de Ichma fue la ciudad de ese nombre, más tarde llamada Pachacámac, que debió tener una numerosa población asentada en los alrededores del recinto amurallado del Centro Religioso. Otros pueblos de importancia en el valle de Lurín, que a juzgar por los restos arqueológicos debió ser densamente poblado, se situaban en ambas márgenes del río y son conocidos por los nombres de Maracuyá, Pampa de Flores, Jacinto Grande, Mal Paso, Molle, Manchay Alto, Huaycán, Chontay y Avillay.
La población del Señorío de Ichma debió ser muy grande; sólo en el valle bajo del Rímac debieron existir más de 150,000 personas, puesto que los Incas organizaron la Comarca en tres Hunos y es bien sabido que cada una de estas circunscripciones político-administrativas contaba con 10,000 Hatun Runas o Jefes de Familia. Los valles de Lurín y el Chillón también debieron contar con numerosos habitantes, a juzgar por los abundantes restos de asentamientos humanos y cementerios que se encuentran en ellos.
La cultura de la Comarca siguió, expresando, en parte, los patrones de vida impuestos por los Wari durante tantos años, aún cuando acusó las influencias producidas por los vecinos Chancay y Chincha-Ica y naturalmente por los pueblos que la habían invadido, tales como los Colla Hualla y Huancho. Obviamente, por razones geográficas, la influencia Chancay fue más notoria en el valle del Chillón y la Chincha-Ica en la cuenca del río Lurín.
Louis Stumer (1954b) plantea que la cultura local característica de la Comarca es la que él, apoyándose en Villar Córdoba (1935), llama Huancho, Maria Rostworowski (1978) prefiere llamar Yauyo y Lumbreras (1969), tratando de cubrir toda la complejidad de su poco estudiado desarrollo y la presencia en ella de las influencias Chancay e Ica-Chincha, sugiere que se denomine Rímac.
Stumer (1954b: 231-232) sostiene que en esta cultura se dan permanentemente ciertos elementos diagnósticos que permiten identificarla y que son:
1) Arquitectura de tapia masiva, sin uso de bloques o interrupciones planeados y el uso de la piedra sin cortar y sin trabajar para edificaciones subsidiarias;
2) Tumbas circulares, generalmente no revestidas y uso de cámaras circulares individuales en el caso de entierros múltiples;
3) Tejidos decorados, en la forma de pesados cinturones de lana de excelente calidad y artesanía, con motivos simples, sofisticados y bien ejecutados; mantas y camisas tejidas, en tela pesada de algodón;
4) Cuerpos de adultos con las manos envueltas con hilos de lana de varios colores y no envueltos en tejidos como en las Necrópolis de Ancón (Reiss y Stubel 1887), tatuaje en los dedos antes que en la mano o en el brazo;
5) Las espadas para tejer en hueso de venado o de llama, muy pulidas, bien hechas y cortas se encuentran en cantidad en los envoltorios de las momias y se hacen más conspicuas por la ausencia completa de las usuales espadas para tejer en madera;
6) Topos para sostener las mantas, en cobre, inmensos y pesados o bien madera;
7) Cerámica de pasta marrón rojizo, gruesa, pesada, asociada con la de los sitios serranos del valle del Rímac. Esta cerámica a menudo exhibe una decoración pintada; la variedad ha sido lograda por la experimentación con las formas, principalmente con las de los cuellos y golletes. Cuando aparece la decoración pintada es muy cruda, consiste en simples rayas blancas generalmente aplicadas en forma burda. Las ofrendas de cerámica en las tumbas casi siempre consisten en vasijas utilitarias, usadas, mal horneadas, en las que predominan una olla de boca ancha.
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